Todos estamos conscientes que a diario se incrementan palabras y otras paulatinamente van desapareciendo, estas últimas, por su falta de uso, o porque han sido reemplazadas por eufemismos.
En esta ocasión, es necesario que recordemos la palabra “honor”, tanto por su significado, como por su utilización y práctica dentro del grupo familiar, en la sociedad y en el mundo entero. Un término que gradualmente va perdiendo vigencia. Tal vez para evadir obligaciones implícitas, deslindarse de compromisos o porque en algún momento de la historia fue catalogado como “exageración”.
Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua “El honor es una cualidad moral que lleva al sujeto a cumplir con los deberes propios respecto al prójimo y a uno mismo”, no cabe duda que este valor se aprende en la familia, va de acuerdo a la cultura y lógicamente en el transcurso del tiempo, consigue poderío y firmeza.
También se vincula con la dignidad, misma que en familias tradicionalistas con tendencia machista, debía ser defendida con la muerte del supuesto causante de la deshonra, y de esa forma, rescatar el honor y buen nombre. Este acontecimiento de la vida real fue descrito magistralmente en la afamada obra de Gabriel García Márquez, Crónica de una muerte anunciada.
Una práctica común en décadas anteriores era la utilización de la frase “palabra de honor” que se traducía en un compromiso a cumplir, sin importar las circunstancias y sin que haya un documento firmado; porque una vez empeñada “su palabra” no estaba permitido traicionarse a sí mismo. El honor tiene un poder especial que interviene en la conciencia de cada individuo y corresponde a la familia inculcarlo, a fin de que se evidencie en cada acto cotidiano, lo correcto y lo prometido. Con lo indicado, podríamos entender que la solución está dentro de nosotros, más que en las circunstancias que nos rodean. Por ello, se puede afirmar que es el símbolo de lo noble en el ser humano. Además, el honor es la esencia de otros valores como: la puntualidad, el respeto, la verdad, entre otros. Por tanto, no debemos permitir que cada vez los valores y la práctica del honor, se conviertan en algo no visible, porque con ello, también se estará condenando al compromiso.
En definitiva, debemos prepararnos cada día para vivir en honor, un reto que nos invita a ser la solución, a mirar nuestros deberes en cada momento: si somos padres, entender que tenemos una responsabilidad con nuestros hijos; si somos hijos, honrar con nuestras acciones a los padres, a la familia, y a sí mismos. No debemos pasar por alto, una tierna obra literaria que nos recuerda que los cambios nos permiten avanzar, que los vínculos son necesarios para esperar y recordar, a la vez que nos muestra que, no es lo mismo mirar con el corazón que con los ojos. El principito de Antoine de Saint Exupéry.
Como seres humanos debemos ofrecer lo mejor de nosotros, lo noble; en este intervalo que nos concede la vida.